Vivimos
en un mundo donde tanto la Exigencia como la Competencia se han apoderado, no
solo del mercado y el mundo empresarial y organizacional, sino que con ellas,
se han arrastrado de forma lamentable a la educación, a las relaciones,
sobretodo las de pareja, y a la relación con sí mismo.
Preguntar
qué es primero si la Exigencia o la Competencia, la verdad no tiene mayor
importancia, más bien el foco en cómo ambas están construyendo un mundo en cual
la mayoría de la gente no quiere vivir, y sin embargo ese deseo no basta para
hacer un cambio.
La
Exigencia a priori, no es ni buena ni mala, sino como todo, tiene su lado de
luz y de sombra. En su luz, conduce a la Excelencia, cuando se tiene plena
conciencia, tanto de las fortalezas, talentos y recursos personales, como los
de con quienes compartimos a diario. Y en su sombra, conduce a la Tortura, al
exigirse o exigir a otros más allá de sus verdaderas fortalezas, talentos y
capacidades.
Así,
por ejemplo, un padre puede querer que su hijo sea un gran pianista, entonces
desde niño lo pone en clases de piano, y tal vez punta de esfuerzo, estudio,
disciplina, el niño a cabo de 20 años, llegue a ser un gran pianista. La
pregunta que cabe aquí, ¿ese niño quería ser pianista? De no haber querido,
¿habrá disfrutado del proceso?, y ahora de adulto, ¿disfrutará de tocar el
piano, o ya no querrá saber nada más de él?
Alguien
podría decir al ver tocar al niño, “se nota que este niño tiene fortalezas y
talento para tocar el piano”. Sería una fortaleza si ese niño gozara de tocar
el piano, y por lo tanto hacerlo, sería un agrado para él. En cambio, si no le
gustara, por más bien que lo haga, para él tocar el piano no sería una fortaleza,
pues al hacerlo sentirá un sensación de tortura emocional.
Y por
fortalezas, se entiende toda actividad que al desempeñarlas nos brindan esa
sensación de perdernos en el tiempo y el espacio debido al disfrute que nos
generan.
Luego,
quienes dirigen organizaciones, si quieren llegar a la Excelencia, deber exigir
a sus miembros a que desarrollen y desempeñen sus verdaderas fortalezas y
talentos, no las que se les impone y/o espera. Cuando alguien opera aplicando
sus verdaderas fortalezas, su desempeño es del más alto nivel, y por ende su
productividad alta.
¿Qué
tiene que ver esto con las relaciones y la educación? Bueno, la Exigencia está
tan enraizada en la sociedad, que no es transparente y caemos automáticamente
en el juicio que la “vida es así”. Entonces, sin darnos cuentas, comenzamos a
exigirle a la pareja, a los amigos, a los hijos, a los padres, etc, que hagan
algo para lo cual ellos no tengan, ni las fortalezas ni los recursos internos
para lograrlo.
Un caso
sencillo para ejemplificar esto: la polola que le exige al pololo “tronco” a bailar
salsa, no siendo consciente que lo más probable para él, es que bailar sea una
tortura. Puede ser que el tipo alga el
esfuerzo “por amor”, pero a la larga, todo aquello que implica un esfuerzo
tortuoso, genera resentimiento, y probablemente, finalice con el quiebre de la
relación.
En educación,
lo mismo. En la sociedad está tan metido el juicio que para ser “exitoso” y “alguien en la vida”, como
mínimo hay que Universitario, que no solo los colegios se han vuelto más
exigentes (producto de la competencia), sino que los mismos padres, con la
mejor de sus intenciones, transmiten esa exigencia a sus hijos, y hoy, vemos
niños que ya ni siquiera tienen los fines de semana para jugar, pues los tiene
encerrados “estudiando”.
¿Qué
pasa si una niña tiene talentos y por ende fortalezas para la danza u otra
disciplina artística, como ésta no estas no son carreras “políticamente
tradicionales y correctas”, vamos a someter a esa niña a la tortura de querer
aprender sobre química o matemáticas, para que con los años genere un
resentimiento con sus padres?
La
Exigencia es tan “maldita”, que al igual que VIH que muta para poder
intervenir, ésta se camufla de “buena” para operar.
Para
ilustrar esto último, me voy a exponer Yo mismo, que me las doy de poco
exigente y que ando hablando de soltar los “Debes, Deberías, Tienes qué” para
tan solo Ser, o del desapego emocional, o de aprender a vivir en Confianza, muchas
veces me pillo exigiendo a los demás en
ciertas situaciones. Por ejemplo, tuve
una relación amorosa con una niña que vivía mucho desde la desconfianza y que andaba
en búsqueda de aprender a no ser emocionalmente dependiente de sus parejas,
producto de sus otras relaciones. Entonces, yo con la mejor intención de querer
“ayudarla” a en ese camino, no le decía que la echaba de menos, la llamaba poco
por teléfono, o no demostraba mucho cariño, lo que llevó a que ella comenzara a
desconfiar, lo que produjo una discusión entre los dos, y ahí, mi exigencia
camuflada de “buena”, me llevó a decirle que su desconfianza no era problema
mío, sino algo que ella debía trabajar: eso, es Exigencia Tortuosa, cuando en
realidad pude preguntarle directamente qué necesitaba ella para poder construir
confianza entre nosotros, y desde ahí, entender sus competencias y cualidades
para aprender a vivir desde la confianza. Y por el contrario, yo mismo generé
un espacio de mayor incertidumbre, que para alguien que vive desde la
desconfianza, pasa a ser una gran tortura.
Es
tanto lo que se aprende al relacionarnos con otros; me refiero a tanto se
aprende de uno mismo, y cada día me doy más cuenta que todo lo que pasa a mi
alrededor es porque yo mismo lo he provocado, para bien o para mal, y que por
lo tanto, soy yo el responsable de mantener lo bueno, cambiar lo malo, pero
entendiendo que yo mismo tengo fortalezas y talentos para actuar de cierta
forma, y que tampoco debo torturarme exigiendo más allá de los recursos
internos con los que hoy cuento.
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